domingo, 15 de agosto de 2010

Metamorfosis II

Abandono la costa para dirigirme más al sur paso la noche en la ciudad de los volcanes, los contemplo desde el autobús sobresaliendo en el altiplano, algunas nieves. El espacio enorme recorre toda la distancia hasta la llegada al gran lago. Las nubes recorren con sus reflejos la ventana.
“La tierra le dio su cálido abrazo. Por sus venas la sangre ya no fluía, no tenía alma pero si más fuerza que nunca. Quién sabe lo que sería. Un árbol o una roca. De vez en cuando el graznido de un cuervo en el bosque o un ruiseñor que se paseaba silencioso sobre sus ramas. Cada dos o tres años el calor de una mano”. (La Metamorfosis II)

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